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Poder ver a mi hija así, gracias.

Este testimonio, voy a escribirlo como un cuento. Ya que en mi vida la realidad y la magia han estado siempre muy unidas. Desde pequeñita empecé a ver mal, en casa había algunos problemas y creo que pronto decidí que yo no quería ver todo eso, que no podía verlo, hasta que poco a poco mi visión fue empeorando. Tenía mi propio mundo interior, lleno de color y de música, pero fuera, tenía unas gafas de pasta gigantes y un parche en el ojo derecho. Lo detestaba.

Con catorce años salí de casa de puntillas a las seis de la mañana para coger un autobús a la ciudad más cercana y me hice unas lentillas tan rígidas como mi obcecación. Siempre supe que las gafas no eran para mi, me hacían sentir torpe, pequeña, vulnerable. Tenían un efecto demasiado importante en mi identidad. Es por esa razón que hace unos meses cuando comencé a sentir que mi
ojo rechazaba la lentilla busqué opciones. Visité otros dos médicos antes de caer en manos del doctor Tirado y el doctor Soriano. Pero una vez que aparecieron en mi cuento ya se consolidaron como caballeros indispensables para mi viaje.

El jueves pasado me operaron el ojo derecho ( lente icl tórica para alta miopía y astigmatismo), la calidad y calidez humana del equipo médico es digna de mención en su castillo. La operación fue por la tarde, en todo momento me explicaron cada paso y lo que sucedería justo después. Me tranquilizaba conocer los detalles y me sentí acompañada física y emocionalmente en casa momento. El anestesista se convierte en mi heroína particular en esta historia, sin él mi experiencia habría sido completamente distinta. Con el jugo de la felicidad sentí como los músculos de mi cuerpo se relajaban y me disponía a dejarme hacer, a confiar.

El quirófano me pareció grande y en mi mundo le falta una pared, porque ambas veces sólo vi un trozo de la habitación. Una vez tumbada, cuando el caballero abre mi ojo mi visión es de absoluta oscuridad. Nada, no veo ni siento nada. Oigo los latidos de mi corazón como un caballo que me observa vigilante y protector y en unos minutos, mi operación ha terminado.

Cuando las cortesanas me conducen hacia la sala de vuelta a la realidad, sigo pensando que todo ha sido un sueño. Un sueño que ha tapado como un manto mullido y suave las pesadillas que precedieron a esta hazaña. Me tumbé y dejé que la anestesia jugara un rato más con mis sentidos. Jugábamos bien juntas, y en cuatro días volveríamos a vernos con el siguiente ojo.

Los caballeros cansados tras un día de luchas y espadas diminutas controlan que todo está perfecto antes de mandarme a mis aposentos. En casa, una vez lejos de las protecciones del palacio, aún percibo sus cuidados. Me verán mañana, intento dormir. Pero con la luna aún mirándonos, levanto la concha protectora de mi nuevo ojo. Miro a mi alrededor, miro a mi hija durmiendo a mi lado con su carita perfecta y su pijama de pingüinos. Ni en mis mejores visualizaciones he tenido una imagen más nítida, limpia y clara. Me invade una sonrisa interior que tardará días en abandonarme.

Hoy, con ambos ojos luchados y con la experiencia vivida, sólo me queda postrarme ante tales guerreros. Los de las luchas cotidianas que parecen milagros. Los de los milagros como algo cotidiano.

Muchas gracias.

Elena J.

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